Es importante saber que si las dietas no son acompañadas de un trabajo de reeducación alimentaria, por lo general, suelen fracasar. El mejor tratamiento es aquel que implica un cambio de la química y los hábitos, algo que no es posible modificar con una simple dieta.
No solamente hay que fijarse en las calorías que contienen los alimentos sino también en el poder de saciedad de los mismos, el cual se mide según el índice glucémico (IG), un indicador de la capacidad de los comestibles de aumentar el nivel de azúcar en sangre luego de ser ingeridos. De modo que, a igual número de calorías, es preferible un alimento con bajo índice glucémico, para lograr así mayor saciedad.
Según especialistas en el tema, las dietas que prohíben alimentos conducen al fracaso, puesto que se precisan 19 alimentos distintos por semana para no sufrir carencia de nutrientes. Al mismo tiempo, toda dieta debe incluir 50% de hidratos de carbono, como por ejemplo legumbres, frutas, pastas, cereales y verduras.
Una de las grandes equivocaciones es aquella que promueve que para bajar de peso es necesario eliminar grasas y aceites. Gran error, pues si el cerebro no recibe grasa y glucosa, dispara de inmediato la sensación de hambre. Además, es bueno saber que los aceites proveen ácidos grasos esenciales, que no son fabricados por el organismo, para la formación de hormonas y membranas de las células. Los lípidos también son fuente de energía. Lo que sí es real es que se los debe consumir con moderación.
Por otro lado, las denominadas “dietas disociadas” son una verdadera estafa ya que no existe prueba alguna que de cuenta de que la ingesta de hidratos de carbono y proteínas por separado sea beneficioso para la digestión o ayude a adelgazar. Incluso, una gran cantidad de los alimentos más beneficiosos contienen al mismo tiempo ambos elementos. Por lo que resulta imposible separarlos.
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